Sus sentidos empezaban a jugarle una mala pasada. La llave que intentaba meter en la cerradura de su propio apartamento, parecía que le vacilaba.
O quizás la cabeza le daba tantas vueltas como para tener la puntería demasiado desarrollada.
Cayó sentado en el suelo, reposando la espalda sobre la puerta al conseguir abrirla, y la cerró trás sí. Apoyó la frente entre sus rodillas y se quitó la gorra, dejándola caer a un lado.
-Tsk...-masculló, volviéndose a tocar la sien, dolorida.
Se levantó con parsimonia, cogiendo la gorra entre sus manos y la dejó sobre la pata de la cama. Comenzó a desvestirse, sin apenas ganas. Pero necesitaba una ducha urgente.
Era demasiado obsesivo con la limpieza.
Era demasiado obsesivo con quitarse la mierda de su cuerpo. Cualquier resto ajeno a él.
Dejó caer el uniforme sobre la cama, algo que era muy inhabitual en él. Siempre lo dejaba impoluto, sin ninguna arruga. Sin ningún desorden que pudiera sacarlo de la rutina a la que él mismo se había sometido, como esclavo de su propia persona.
Se acercó al cuarto de baño, mientras sus descalzos pies rozaban el frío suelo.
Apoyó sus manos aun enguantadas sobre el lavabo y se miró en el espejo, acercando su rostro.
Se quejó con gesto de repugnancia al ver la brecha que le había salido en la parte izquierda de la cabeza. La sangre se había coagulado y se había pegado a su cabellera.
Abrió el grifo y comenzó a enjuagarse molesto. Se sacudió la cabeza con fuerza, como queriendo que desapareciera la herida, y que, al mirarse, volviera a ser él mismo.
Aquella brecha le había deformado. Le había marcado un estigma en su rostro.
Era exagerado pensarlo, pero él lo sentía así.
Sentía como si eso fuera algo ajeno a su cuerpo.
Algo ajeno como las cicatrices que recorrían su abdomen.
Se enjuagó la cara y volvió a mirarse. Escupió al cristal. Escupió a su imagen.
-¿Cuánto más piensas estar dentro de mí?-apretó el puño con fuerza-¿cuánto más piensas seguir germinando dentro de mí?
Se incorporó y se alejó un poco, para poder llegar a ver parte de su abdomen en el espejo.
Las cicatrices apenas ya tenían color rosado. Ya habían cogido color de su propia piel, él era muy pálido, así que apenas se captaban a ojo ajeno.
Pero él las sentía como si fueran de ayer, como si se las hubiese acabado de hacer. Cuando cerraba las ojos y las tocaba, sentía aún las costras. Sentía aún la sangre saliendo a borbotones. Sentía las quemaduras.
Lo más curioso, es que él no sabe que hacían ahí. Sólo recuerda el dolor de ellas. Sólo recuerda que en un pasado, le hicieron sufrir aquellas heridas.
Y aquello no lo deja dormir por la noche. No lo deja vivir por el día.
Se quitó los guantes y los dejó reposando sobre el lavabo.
Se dirigió a la ducha y abrió el grifo, dejando que el agua tibia se resbalara sobre su sinuoso cuerpo.
Cerró los ojos al sentir como era bañado por aquer placer.
Pero el agua caliente empezó a hacer que su cicatriz le escociera. Se quejó y abrió los ojos del dolor.
Cuando quiso darse cuenta, divisó que las yemas de sus dedos empezaban a sangrar. No sabía qué estaba pasando.
-¿¡Qu...ué!?
Se las enjuagó bajo el agua, pero la sangre no paraba de brotar. Línea trás línea, finas como el filo de la hoja de una espada.
Sacudió la cabeza. Probablemente estaba delirando.
Dio un puñetazo a los azulejos de la pared y se echó el pelo atrás, nervioso ante la situación.
-¡Joder! ¡joder!-se mordió el labio con rabia-¡¡ya es suficiente!!
La sangre dejó de brotar cuando volvió a mirarse las manos. Pero algo había empezado a recordar.
Sus dedos.
Hacía mucho tiempo se había percatado de que no tenia huellas dactilares.
"Vamos. Estáte quieto, pequeño. Papá te quitará tu identidad. Te dará otra nueva, y será mucho mejor...
...porque serás lo que papá siempre ha deseado.
Y tú quieres hacer feliz a papá, ¿verdad cielo?"
-¡A..agh!-se llevó las manos a la cabeza y cerró los ojos con fuerza.
Dolía. Dolían.
Esto que le venía a su inquieta cabeza dolía.
¿Qué le estaba pasando?
Se miró las yemas de los dedos con terror, lanzando leves jadeos, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas las cuales no quería derramar.
Salió de la ducha totalmente empapado y cogió una toalla, envolviéndose en ella. Temblaba de pavor.
Realmente este era el mayor daño que le habían infligido. Y lo estaba haciendo él mismo.
No recordaba absolutamente nada, antes de la guerra. Nada.
Había sentido como su vida era un continuo trance, que se repetía. Secuencia trás secuencia, con un único fin:
Seguir los ojos carmesí de la única persona que recordaba.
Se había convertido en su mayor obsesión, en su meta en la vida. Aunque él siempre había considerado que no había vida en él.
Seguía vivo porque comía y mantenía viva su asquerosa carcasa humana. Tanto la odiaba y realmente...
...no sabía el por qué.
Hasta hoy.
Siempre había sentido que su larga cabellera producía algo extraño en él. Un sentimiento que no podía explicar.
Pero le molestaba. Era como una belleza que odiaba, que detestaba.
Pero no podía deshacerse de ella.
Y su rostro.
Había percibido un aire aniñado en él. Sus gruesos labios y sus tupidas pestañas.
Cómo detestaba aquel maldito cuerpo, se lo arrancaría a tiras.
Cuando se secó, se tumbó en la cama y apagó todas las luces, quedando en una sepulcral oscuridad. Se tapó los ojos con el antebrazo, queriendo conciliar el sueño con rapidez.
Pero hasta él mismo sabía que eso no sería posible.
"Me encantas.
En tus labios y mejillas aún sigue roja tu enseña de belleza. Aún en este deplorable estado.
Me encantas.
Pero lo siento, hijo...
...Ya sabes que mi idea del amor...se limita a satisfacer mis ansias"
Se agarró con fuerza de las sábanas y comenzó a morderse con aún más fuerza. Cuando cerraba los ojos, podía verlo todo con claridad.
La sangre volvió a brotar de la cicatriz de su sien, quizás debido a que no se la había cosido.
Se levantó y cogió el botiquín que tenía de hace tiempo bajo la cama, una aguja y desinfectante. Hizo el labor como pudo, mientras gemía lastimosamente.
Cogió del segundo cajón de su mesilla una caja de pastillas. Se las tomó y miró la luna, la cual le observaba desafiante desde la ventana.
Comenzó a contar los minutos que le quedaban para que la pastilla le hiciera efecto y pudiera dormir...
...aunque fuera por aquella noche.
O quizás la cabeza le daba tantas vueltas como para tener la puntería demasiado desarrollada.
Cayó sentado en el suelo, reposando la espalda sobre la puerta al conseguir abrirla, y la cerró trás sí. Apoyó la frente entre sus rodillas y se quitó la gorra, dejándola caer a un lado.
-Tsk...-masculló, volviéndose a tocar la sien, dolorida.
Se levantó con parsimonia, cogiendo la gorra entre sus manos y la dejó sobre la pata de la cama. Comenzó a desvestirse, sin apenas ganas. Pero necesitaba una ducha urgente.
Era demasiado obsesivo con la limpieza.
Era demasiado obsesivo con quitarse la mierda de su cuerpo. Cualquier resto ajeno a él.
Dejó caer el uniforme sobre la cama, algo que era muy inhabitual en él. Siempre lo dejaba impoluto, sin ninguna arruga. Sin ningún desorden que pudiera sacarlo de la rutina a la que él mismo se había sometido, como esclavo de su propia persona.
Se acercó al cuarto de baño, mientras sus descalzos pies rozaban el frío suelo.
Apoyó sus manos aun enguantadas sobre el lavabo y se miró en el espejo, acercando su rostro.
Se quejó con gesto de repugnancia al ver la brecha que le había salido en la parte izquierda de la cabeza. La sangre se había coagulado y se había pegado a su cabellera.
Abrió el grifo y comenzó a enjuagarse molesto. Se sacudió la cabeza con fuerza, como queriendo que desapareciera la herida, y que, al mirarse, volviera a ser él mismo.
Aquella brecha le había deformado. Le había marcado un estigma en su rostro.
Era exagerado pensarlo, pero él lo sentía así.
Sentía como si eso fuera algo ajeno a su cuerpo.
Algo ajeno como las cicatrices que recorrían su abdomen.
Se enjuagó la cara y volvió a mirarse. Escupió al cristal. Escupió a su imagen.
-¿Cuánto más piensas estar dentro de mí?-apretó el puño con fuerza-¿cuánto más piensas seguir germinando dentro de mí?
Se incorporó y se alejó un poco, para poder llegar a ver parte de su abdomen en el espejo.
Las cicatrices apenas ya tenían color rosado. Ya habían cogido color de su propia piel, él era muy pálido, así que apenas se captaban a ojo ajeno.
Pero él las sentía como si fueran de ayer, como si se las hubiese acabado de hacer. Cuando cerraba las ojos y las tocaba, sentía aún las costras. Sentía aún la sangre saliendo a borbotones. Sentía las quemaduras.
Lo más curioso, es que él no sabe que hacían ahí. Sólo recuerda el dolor de ellas. Sólo recuerda que en un pasado, le hicieron sufrir aquellas heridas.
Y aquello no lo deja dormir por la noche. No lo deja vivir por el día.
Se quitó los guantes y los dejó reposando sobre el lavabo.
Se dirigió a la ducha y abrió el grifo, dejando que el agua tibia se resbalara sobre su sinuoso cuerpo.
Cerró los ojos al sentir como era bañado por aquer placer.
Pero el agua caliente empezó a hacer que su cicatriz le escociera. Se quejó y abrió los ojos del dolor.
Cuando quiso darse cuenta, divisó que las yemas de sus dedos empezaban a sangrar. No sabía qué estaba pasando.
-¿¡Qu...ué!?
Se las enjuagó bajo el agua, pero la sangre no paraba de brotar. Línea trás línea, finas como el filo de la hoja de una espada.
Sacudió la cabeza. Probablemente estaba delirando.
Dio un puñetazo a los azulejos de la pared y se echó el pelo atrás, nervioso ante la situación.
-¡Joder! ¡joder!-se mordió el labio con rabia-¡¡ya es suficiente!!
La sangre dejó de brotar cuando volvió a mirarse las manos. Pero algo había empezado a recordar.
Sus dedos.
Hacía mucho tiempo se había percatado de que no tenia huellas dactilares.
"Vamos. Estáte quieto, pequeño. Papá te quitará tu identidad. Te dará otra nueva, y será mucho mejor...
...porque serás lo que papá siempre ha deseado.
Y tú quieres hacer feliz a papá, ¿verdad cielo?"
-¡A..agh!-se llevó las manos a la cabeza y cerró los ojos con fuerza.
Dolía. Dolían.
Esto que le venía a su inquieta cabeza dolía.
¿Qué le estaba pasando?
Se miró las yemas de los dedos con terror, lanzando leves jadeos, mientras sus ojos se llenaban de lágrimas las cuales no quería derramar.
Salió de la ducha totalmente empapado y cogió una toalla, envolviéndose en ella. Temblaba de pavor.
Realmente este era el mayor daño que le habían infligido. Y lo estaba haciendo él mismo.
No recordaba absolutamente nada, antes de la guerra. Nada.
Había sentido como su vida era un continuo trance, que se repetía. Secuencia trás secuencia, con un único fin:
Seguir los ojos carmesí de la única persona que recordaba.
Se había convertido en su mayor obsesión, en su meta en la vida. Aunque él siempre había considerado que no había vida en él.
Seguía vivo porque comía y mantenía viva su asquerosa carcasa humana. Tanto la odiaba y realmente...
...no sabía el por qué.
Hasta hoy.
Siempre había sentido que su larga cabellera producía algo extraño en él. Un sentimiento que no podía explicar.
Pero le molestaba. Era como una belleza que odiaba, que detestaba.
Pero no podía deshacerse de ella.
Y su rostro.
Había percibido un aire aniñado en él. Sus gruesos labios y sus tupidas pestañas.
Cómo detestaba aquel maldito cuerpo, se lo arrancaría a tiras.
Cuando se secó, se tumbó en la cama y apagó todas las luces, quedando en una sepulcral oscuridad. Se tapó los ojos con el antebrazo, queriendo conciliar el sueño con rapidez.
Pero hasta él mismo sabía que eso no sería posible.
"Me encantas.
En tus labios y mejillas aún sigue roja tu enseña de belleza. Aún en este deplorable estado.
Me encantas.
Pero lo siento, hijo...
...Ya sabes que mi idea del amor...se limita a satisfacer mis ansias"
Se agarró con fuerza de las sábanas y comenzó a morderse con aún más fuerza. Cuando cerraba los ojos, podía verlo todo con claridad.
La sangre volvió a brotar de la cicatriz de su sien, quizás debido a que no se la había cosido.
Se levantó y cogió el botiquín que tenía de hace tiempo bajo la cama, una aguja y desinfectante. Hizo el labor como pudo, mientras gemía lastimosamente.
Cogió del segundo cajón de su mesilla una caja de pastillas. Se las tomó y miró la luna, la cual le observaba desafiante desde la ventana.
Comenzó a contar los minutos que le quedaban para que la pastilla le hiciera efecto y pudiera dormir...
...aunque fuera por aquella noche.