Buscando un poco de entretenimiento

Y Kau, que era inquieto por naturaleza, empezó a lamer aquella mermelada que iba quedando por sobre su piel de una forma casi desesperada para despues pasar a la mano de Aribtro.

-¡Eh! -lo riñó de forma inmediata Arbitro, golpeándole con el dedo la nariz y a su vez manchándosela. Apartó la mano y hundió de nuevo el dedo dentro de la mermelada y se aseguró de que quedase bien impregnado, pringándose hasta los nudillos y alguno de los otros dedos.

Después posó el tarro a una distancia prudencia y estiró el brazo para que la manga de la chaqueta y la camisa descendiesen, lamiendo la peligrosa gota que amenazaba con ensuciar su traje. Y eso, sabiendo cuánto le gustaba, no ocurriría jamás.

-¿Quieres? ¿En serio lo quieres? -se rió y le manchó un pezón, tirando de aro.

Kau estaba sufriendo al tener que quedarse quieto cuando aquella deliciosa sustancia impregnaba sus labios. No podía hacer otra cosa que pasar la lengua por el interior de ellos, con la suerte de poder saborear lo que ya había lamido antes de la forma más disimulada posible. Al sentir cómo tiraba del aro de su pezón se estremeció por completo y tuvo que inclinarse un poco hacia adelante para que no le hiciera daño al tensarlo.

-Está realmente deliciosa -le hizo saber Arbitro con una sonrisa maliciosa, todavía paladeando la dulzona sensación que se extendía por toda su boca. Mientras le sujetaba con el dedo meñique por el aro, apuntó el rosado pezón con el dedo cubierto de mermelada y rozó la punta levemente, para desesperarlo un poquitín más, que así sería más divertido, y luego bordeó una y otra vez la carne.

Se inclinó y lo probó él mismo, sintiendo el contraste entre el metal frío que se interponía en las caricias que profesaba su lengua y la sustancia calentada por la fricción. Se echó a reír, le tocó el mentón con ese mismo dedo y bajó por el cuello, el collar y las púas, el cuero y después por el torso para detenerse de pronto cuando se topó con el ombligo.

Eso no iba a poder lamerlo ni comérselo de forma alguna.

Y su sonrisa se curvó más, pues sería un mal amo si no supiese lo que le gustaba o dejaba de gustar a su mascota.

-Qué pena -suspiró dramáticamente-. Es una pena que no puedas comprobarlo. Deliciosa. Realmente deliciosa. La mejor mermelada de fresa sin dudas.

Kau abría y cerraba la boca, en mudas quejas y pucheros al sentir lo que hacía su amo. Se encogió un poco y agachó la cabeza, intentando llegar a su pezón pero le fue totalmente imposible y no se atrevía a recoger la mermelada con sus manos por si arbitro se enfadaba así que, al final, terminó quedándose lo más quieto posible.

Su respiración estaba agitada por la excitación, nada que ver con índole sexual, por el olor de aquella sustancia que tanto le gustaba.

-También lo sientes, ¿verdad? Lo hueles. Sí, sí, sí -se desternillaba de risa contra la blanca piel colorida de aquel pálido rosa. El contraste era notable, y como si no se diera cuenta del estado de su perrito, espaeció aún más el líquido que hacía que sus yemas se pegaban y creasen pequeños puentecitos rosados cada vez que alejaba la mano-. Que es la mejor. Mmmmmm....

Habiéndose echado ligeramente hacia atrás para apreciar los rasgos de Kau, se acercó la mano al rostro y la olisqueó como si no hubiera comprobado ya con sus papilas gustativas lo mucho que le gustaba. Las cosas dulces le gustaban, pero frustratntemente esta le recordaba al té y a aquellas deliciosas galletas guardadas en algún rincón de aquella habitación para prevenir accidentes como el que había ocasionado su traviesa mascota.

Clavando sus ojos en él, manchó sus labios y se inclinó para besarle la barbilla. Podía apreciar lo mucho que trastocaba al otro que jugase de esa manera con él.

-¿Quieres, verdad? Si quieres... gánatelo. Pero antes... déjame ver tu preciosa cara -anunció, buscando con la otra mano el cierre de la mascara de cuero que cubría la cara del otro, dejando la mano al alcance del otro como una pequeña recompensa.

Kau no dudó y al sentir la mano cerca de su rostro, sin importarle qué hacía Arbitro empezó a lamerla con énfasis, saboreando aquella sustancia tan sumamente dulce con una gran sonrisa agradecida.

Continuó limpiándola, sustituyendo la mermelada por aliva ahasta que la mano ya no supo más a fresa. y entonces agachó la cabeza para intentar llegar a su pezón, quedando aquello gracioso por la frustración de ser incapaz de hacerlo.

La mano de Bitro enseguida soltó aquel trozo de cuero que no tenía mayor importancia que lo que se presentaba frente a él. Aquellos hermosos ojos que nunca verían la luz, zigzageados por el hilo oscuro que unía las pupilas hasta constreñirlas, que tapaban la nada que había tras ellas. Dos cuencas vacías a las que gustosamente les había arrancado los ojos hacía tiempo.

Recostándose complacido contra el sillón aterciopelado, con la mano enguantada apoyada en su mejilla, le levantó el rostro al otro por el mentón para impedirle seguir, también, para dificultárselo, sin llegar a prohibírselo abiertamente porque entonces su propia diversión encontraría su fin.

-Dime, Kau, ¿no es lo mejor que hayas probado? Me pregunto qué serías capaz de hacer por ella. Pobrecito, que no puede comer en paz -dijo con tono apenado, una sonrisa curvando sus facciones, como si no fuera él el cabrón que jodía al perrito.

Alcanzó el bote de confitura y lo dejó entre sus piernas. No fuera a ser que su traje se manchase. Por Dios, eso nunca.

Kau se apoyó con una de sus manos en la pierna de Bitro y se inclinó hacia adelante un poco para llegar al rostro de su amo. Entonces, como si esa fuera su erspuesta afirmativa, le dió un pequeño beso en la barbilla y pasó su lengua por esa zona, en forma de lametones rápidos y desesperados.

Resbaló un poco, a causa del guante de cuero y su barbilla pegó contra el pecho del rubio. Pero en seguida se volvió a sujetar mejor y repitió el gesto.

La sonrisa de Bitro no podía ser ni más ancha ni más complacida.

Como respondiéndole a aquellas muestras de afecto (su perrito era muy agradecido y eso no se lo podía negar nadie; él mismo se había encargado de que lo aaprendiese), lo enganchó por la nuca y cerró las manos para sujetarlo por la cabeza con lo que creía que estaría ayudándolo.

-¿Tanto te ha gustado? Sí, por lo que veo sí. Estás portándote muy bien, ¿lo sabías? -esbozó otra sonrisa, incluso sus ojos se estrecharon con ella, como sonriendo también, y se inclinó hacia delante para que sus rostros estuviesen más próximos.

Amasó con dos dedos el cuello de Kau y metió un dedo en la mérmelada, la textura no le gustaba especialmente, le daba algo de repelús; pero todo fuera por seguir jugando. Lo removió a conciencia para que se empapase, y luego se mojó la lengua con él, dejándola por fuera de la boca.

Y Kau no tardó demasiado en entrar en aquel juego, con una gran sonrisa ilusionada por poder ocmpartir un momento así con su amo, ya que últimamente estaba muy ocupado.

No dudó en empezar a lamerle la punta de la lengua, recogiendo la mermelada, que estaba entremezclada con la saliva. No podía ser más exquisito, o al menos eso era lo que penssba Kau.

A Bitro también le gustaban los golpecitos que le daba aquella lengüita con cada caricia y, pese a tener la boca abierta, sonreía inevitablemente por los desesperados movimientos del otro. Lo rodeó con un brazo, lo aproximó hasta pegarlo al borde del sillón y lo acarició el costado, por sobre el cuero, jugueteando con la piel que no podía ser cubierta por la extraña prenda.

Rompiendo su inactividad, bordeó el esponjoso músculo y fue su turno de darle una lamida.

La vista fija los rasgos frente a sí.

Casi, casi podía pasar por alto que la saliva asomase por sus labios y rebosara amenazantemente.

Pero esa saliva era recogida por la lengua de kau. Se dedicaba a lamerle las comisuras y, despues, volvía a la lengua de su amo para buscar aquella sensación adictiva de sentir la lengua agena moverse contra la suya.

No pudo evitar el impulso y se subió sobre las piernas de su amo para poder continuar besándole muy a su manera.

No hubo reprimenda. Tampoco rechazo. La espalda de Bitro se había adherido al aterciopelado respaldo del sofá para permitirselo en una muda aceptación, su mano plantada entre los omoplatos para mantenerlo donde estaba. Justo ahí, sobre sus muslos y dándole esas lamidas como pocos podrían proporcionárselas.

Soltó una risa y, inquieto, le dio un lametón lento desde el mentón hasta casi llegar a su párpado inferior, donde dejó un beso.

La otra mano se había apresurado a apartar el bote de confitura para que no se derramase sobre la lujosa alfombra llena de bordados.

Kau sonrió por aquella clara muestra de ariño, que era justo lo que buscaba. Le rodeó el cuello con los brazos y pegó su pecho al de Arbitro, formando con su espalda un arco sensual.

Empezó entonces a lamer casi hasta su máscara para descender hasta su cuello, jadeante por aquella conocida sensación de calor que empezaba a invadir su cuerpo.

Una de las manos de Bitro descendió por esa pronunciada curva que se había creado en la espalda de su mascota, encontrándola sumamente excitante como todo el cuerpo de Kau o todo lo que hacía. Aunque, sin duda, él nunca se percatase de nada. Pero así estaba bien, Bitro no le pedía nada más que su cariño y su obediencia; y, sobre todo, que se portase adecuadamente y lo esperase.

Se sacó el otro guante y, extraño para ser él mismo, lo arrojó hacia el centro de la alfombra. No si fijó ni en cómo cayeron, prefería seguir observarlo el rostro de Kau mientras sus manos subían por el material de cuero entre sonidos chirriantes causados por tener algo sudados.

Descendió hasta al faldita y lo sujetó por los muslos, muy muy cerca del trasero. Compartió con el albino otro lametón en el pómulo, como imitándolo, y continuó en la sien y le amasó el culo, atrayéndolo a sí al recostarse algo más sobre el sillón.

-Kau... ¿Te gusta esto, verdad? Siempre te ha gustado jugar, eres un perrito travieso.