Caminó esbeltamente, esquivando con elegancia y maestría, aquel arrojo incontrolado de sangre que él mismo provocaba.
— S-shi… Shiki… — murmuró una voz temblorosa y sin aliento, al contemplar aquellos crucifijos mecerse.— No… no me mates ¡por favor!
El filo de su espada le alzó la quijada para que pudiera contemplar los ojos de dios.
— contéstame… ¿Has visto al hombre de los ojos púrpuras?
El hombre tembló al escucharlo. ¿Hombre de los ojos púrpura? ¿Se estaría refiriendo al mismo?
— ¿ … ojos p-púrpura? — musitó con la voz trabada, sin apartar sus ojos de aquellos endemoniados ojos escarlatas. — Por favor, no-no me mates, te lo suplico! T-te daré Line, mis chapas… pe-pero no me…
Shiki gruñó levemente, moviendo su espada sin compasión alguna, cortándole una de sus piernas a la altura de la rodilla. Un grito desgarrador se escuchó a la redonda, un grito de agonía que duró unos largos segundos.
— Dije que me contestes…
El muchacho, aún retorciéndose sobre su propia sangre, miró con absoluto terror aquella larga espada japonesa. Su cuerpo comenzó a tener espasmos
— Y-yo… yo lo he-lo he visto… es… es como si… fuera un fantasma… que aparece… y-y desaparece…
Fantasma. Aquello, a pesas de haberlo escuchado millones de veces, le seguía pareciendo una total estupidez. Volvió a gruñir, y dedicándole una mirada despectiva y frívola, enterró su arma en el pecho del hombre, arrebatándole la vida al instante.
— Fantasma…