Los gritos, la sangre, las vísceras... nada había conseguido matar su aburrimiento.
Estaba falto de ideas y de inspiración. Por ese día, por supuesto. Pero un día era demasiado como para aguantar que las horas pasasen lentamente, ante sus ojos, sin hacer absolutamente nada.
Por eso se dirigía a su dormitorio, buscándolo a él, a su querida y apreciada mascota.
Colocándose el foulard, alargó una de sus enguantadas manos y tomó el pomo de la puerta para girarlo con lentamente. ¿Que por qué no la abría directamente? La gente no lo comprendía, no lo veía como él, pero los segundos previos a que el objeto de sus deseos apareciese ante él era lo más angustiosamente bueno que podía ocurrirle a alguien.
-Kau... -lo llamó.